La primera vez que lo vi a Santiago me cambió la vida. No fueron esos acordes imposibles zurdos con guitarra derecha en aquel concierto monumental por los 40 años de Casa de Las Américas, ni saludarlo, ni darle la mano. La primera vez que lo vi a Santiago él iba de la mano de M, esa noche en que M y nos enamoramos.
La segunda vez que lo vi a Santiago fue sólo instrumental. Una jam en el café cantante del teatro nacional a la que fuimos con M. Recuerdo que M se puso celosa porque una ex reciente se acercó a saludarme. Recuerdo que esa tarde Santiago no cantó.
La tercera vez que lo vi a Santiago fue en un concierto entero en el teatro Astral. Aquella vez me encontré con Claudia y era su cumpleaños. Aquella vez Santiago tocó dos veces la misma canción, porque me gusta mucho dijo, la voy a cantar de nuevo. M ya no estaba en Cuba y no recuerdo qué canción era.
La segunda vez que lo vi a Santiago fue sólo instrumental. Una jam en el café cantante del teatro nacional a la que fuimos con M. Recuerdo que M se puso celosa porque una ex reciente se acercó a saludarme. Recuerdo que esa tarde Santiago no cantó.
La cuarta vez que lo vi a Santiago fue en Buenos Aires, apenas recién llegado. Éramos A y yo inseparables ya desde entonces, y un amigo que he dejado de ver. Recuerdo que mi amigo y yo fumamos tabaco, cuando se podía fumar todavía en la trastienda.
Nunca más lo vería cantar en La Habana y años después, A y yo ya no viviríamos juntos.
La quinta vez que lo vi a Santiago fue viernes previo a un abismo. Un casi beso robado en la esquina del teatro sha, cuando Santiago en el concierto le había cantado todo lo que pretendía decirle, o lo que debiera haberme dicho a mi mismo.
La sexta vez que lo vi a Santiago fue de pasada, saludando en un concierto de Roly. Fue tan fugaz que no me dio tiempo a sacar la cámara.
La séptima vez que lo vi a Santiago fue al siguiente día. Había viajado solo a Rosario con un dolor más absurdo que la esperanza que aun conservaba. Estuve caminando todo el día, sacando fotos hasta el rio, hasta la noche. Me dejaron entrar a la prueba de sonido y me acerqué, lo conocí a Bonavita y a Javier. José me preguntó si alguna vez lo había saludado, creo que le dije que no y al final del concierto nos sacamos una foto y le pedí que me firmara un disco con dedicatoria para aquella esperanza marchita; le hablé de M y la recordaba. En ese concierto la conocí a Julieta, que tiene los ojos y la ternura de mi madre y desde entonces es mi amiga. Recuerdo que cuando me despedí de Santiago le pedí que le diera un saludo al malecón, recuerdo que sonrió.
La octava vez que lo vi a Santiago fue en diciembre. Yo había regresado de Cuba hacía unos meses, después de una única tarde de agosto en que anocheció sin darnos cuenta. Recuerdo que tuve que hacer un esfuerzo enorme por ir, despegarme de mi mismo, tomarme el colectivo enajenado y llegar como pude, a sentarme en una mesa con extraños y sacar fotos. Al terminar el concierto fui con Carlos y unos amigos suyos a tomar un café a San Telmo. Recuerdo que tomamos un ristretto, que luego Carlos me acercó en taxi a la parada del 140 y que me acompañó hasta que vino el colectivo.
La novena vez que lo vi a Santiago fui con dudas. Las mismas dudas que sostuvieron aquel silencio en la distancia. A mi lado una maraña de sueños que no podría sostener. Recuerdo que con Audry y con Vanessa bajamos al camerino y nos sacamos fotos.
La décima vez que lo vi a Santiago fue otra vez al día siguiente. Con Julieta fuimos los últimos en entrar al concierto y por esas cosas inexplicables nos sentamos al lado de Hebe, a la que pude besar como un hijo. Recuerdo que esa noche estaba sacando fotos en una esquina del escenario cuando Santiago pidió agua y le acerqué una botella. Javier lo filmó y aun no lo he visto.
La última vez que vi a Santiago fue en una exposición de fotos de Silvio. Esa vez no tocaría en Buenos Aires y yo estaba muy complicado con la universidad y otros mambos como para estar viajando. Recuerdo que nos sacamos una foto juntos y que yo sudaba copiosamente hasta mancharme la camisa.
Tengo mucho más para decir sin un recuento tan estricto, pero hoy no hay metáfora que valga ni que se compare a esta tristeza.
Santi, Feliú, ariano, gago, zurdo, mostro... no sabés como me habría gustado alguna vez llamarte amigo.