Ay Oliverio...




Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma,
la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología,
llorando.
Festejar los cumpleaños familiares,
llorando.
Atravesar el África,
llorando.

Llorar como un cacuy,
como un cocodrilo...
si es verdad
que los cacuyes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.


Llorarlo todo,
pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz,
con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo,
por la boca.

Llorar de amor,
de hastío,
de alegría.
Llorar de frac,
de flato, de flacura.
Llorar improvisando,
de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

Fuera de Juego


Los babilonios se entregaron al juego. El que no adquiría suertes era considerado un pusilánime, un apocado. Con el tiempo, ese desdén justificado se duplicó. Era despreciado el que no jugaba, pero también eran despreciados los perdedores que abonaban la multa.


La lotería en Babilonia

Ficciones; 1944


Aterrizaje

Y por fin, las ruedas del avión tocaron fondo,
tocaron tierra.


Se arrastran por el pavimento duro,
áspero y mojado.


En las ruedas del avión estoy descalzo,
y el asfalto me frota las plantas
y me lima los huesos:
me desgarra
la carne,
me descose
las vértebras.

El instante no tarda,
pero es infinito:
como si la calle fuera a tragarme con lentitud
y duda,
como reparando en cada porción
infinitesimal
de mi medio cuerpo,
reparando
en cada paradoja.


Cuando se detiene descubro
perplejo
que aun tengo manos
y medio torso sobre el asfalto;
y descubro también que
la humedad
de la pista es mi sangre marchita,
y mi esperma.

Irse

A los que me esperan:

Sentí que el avión aterrizó de manera extraña. No estaba dormido pero me desperté raro. Hubiera jurado que me había tocado ventanilla, ala derecha no fumador, y sin embargo el pasillo y un gordo sentado al medio eran mis compañeros de viaje. Una vez más no pude ver Cuba desde el cielo. Lo más sospechoso de este regreso es que no me sorprende.

Quizás fue por cábala, modorra, o alguna decisión extravagante de mi parte, pero en un momento me vi caminando de espaldas, sin tropiezos y sin la mirada puntual de ninguno de los alrededores. La azafata en la puerta me dio la bienvenida y la perdí de vista mientras salía por el cilindro articulable que me daría entrada al aeropuerto. Verifiqué vuelo sin asombro e hice una extraña cola para sentarme. Finalmente no se si advertí el despropósito, pero cuando no hubo nadie detrás de mi, pude descansar en uno de los tantos asientos vacíos de la sala de espera, que en un rato largo se lleno de gente que intuyo descendía del avión.

Había mucho humo en la sala, diez horas sin fumar en mi ritmo habitual eran demasiadas, así que recogí un cabo aun prendido en el cenicero y me dispuse a aspirar el humo circundante y devolverlo en el endeble cabo, que lentamente iba tomando forma, hasta que lo apagué con mi fosforera y lo guardé.

Dos horas de nervios necesarios y decidí salir. Me revisaron el equipaje de mano y pasé al control migratorio.

-Buen Viaje. -Me recibió la oficial de verdeolivo junto a un gesto con la mano por el que supuse me pedía el pasaporte.

-Si -le contesté y sin sorpresa, tecleando, y comprobando mi foto con mi rostro me preguntó: -¿Primera vez?

-¡Buenas Tardes! -Le contesté a su despedida, pagué el impuesto aeroportuario e inmediatamente fui a buscar el resto del equipaje. Otro un chequeo medio raro en el que le añadieron una página a mi pasaje y me devolvieron la maleta; y otra cola inmensa, nunca supe si para sentarse, para ir al baño, comprar una cerveza o simplemente irse.

Cuando al fin salí, un taxista que no se si me esperaba dio marcha atrás, me deseó buen viaje y me puso el equipaje en el maletero. Antes de arrancar le pagué el dinero justo y sin decirle nada me llevó camino a la casa.

Y vi justo los últimos reflejos que tenía de Cuba. La imagen del aeropuerto nuevo, la moderna autopista, los carros con chapa TUR y los taxis amarillos. Luego, o antes, una hilera de palmas que me encandiló la vista, que se perdía y nacía en el horizonte y me hacía creer una vez más que el infinito y el tiempo son una sola rueda interminable. Como la rotonda que pasaríamos o ya habíamos pasado. Y Cuba, Cuba es el centro casi invisible de la rueda

Luego, o antes la entrada al barrio, las lágrimas que se escurrían bien adentro de mis ojos y que me había jurado no vería nadie. Y nadie las vio. El taxi terminó de dar marcha atrás y estacionó bajo la mirada de mis padres y tres grandes amigos.

Me recibieron con tristeza. Mi madre aguantó el llanto con las manos y mi padre lo llevó por dentro. Una foto que aun no he visto y en la que no tuve el tino de incluirlos a todos registra el aciago día.

Aquella mañana la pasé muy nervioso, pero con los años, dejé de pensar en ella.

Buenos Aires, 16 de septiembre de 2003

Reflexión Antillana

Como ya he hecho alguna vez, reproduzco acá un comentario que he hecho en otro blog (en este caso La Habana a todo color, de Antillana del Mar) y que creo merece la pena repetirlo acá... (nobleza obliga mencionar a Yvette, a quien agradezco el impulso que inconsiente me ha dado para esto). Quisiera aclarar que en lo absoluto creo que mis escritos, reflexiones o desvaríos (aplique el lector el sustantivo que crea más justo, o no, según el caso) tengan algún valor que exceda lo íntimo testimonial o casi boceto de pensamiento inconcluso, pero igual ahí va, mi comentario en respuesta a la entrada Ser o no ser.

Alinearse es ajustarse a una línea de pensamiento, y defenderla a toda costa... defenderla en la práctica donde sucede, que al alinearse, uno suele tener el "deber" de defender lo indefendible, inventándose excusas, y de acusar lo intachable, inventándose pretextos... esa es la política, muchas veces arte de la simulación, la manipulación y el engaño.

Esto es la vida real, no la utopía de Smith, ni la Utopía de Marx. Los hombres que llevan a cabo estas utopías son corruptibles... y lo corruptible por lo general, tarde o temprano se corrompe...

Fe en la Humanidad? Poca... al menos de mi parte...

Por otro lado, nosotros, el electorado volátil, no militante, no somos ni suizos, ni pH 7, ni ese gris mitad luz, mitad sombra que querríamos.

Es imposible no tomar partido, sólo que nuestra posición dependerá de la ubicación de los otros... que nos verán más para allá, o más para acá... Es imposible incluso estar por encima de eso, o afuera...

Es probable que el tiempo clarifique las cosas, pero yo soy más pesimista, creo que el tiempo nos gana por cansancio y las cosas no son claras, sino es nuestra pupila la que se dilata, se adapta al nuevo escenario y vemos ciertos brillos que antes era imposible captarlos. Pero te recuerdo, que con la pupila dilatada, es imposible definir los objetos a cierta distancia; eso sin contar que si prenden la luz de golpe, nos quedaremos encandilados un buen rato... A todo esto dirás (para seguir con las metáfora oftalmológica) que entonces será mejor cerrar los ojos, y si, sería lo perfecto, pero no sería práctico, podés tropezar y caer sin darte cuenta...

Que decirte Antillana, que no sepas ya? Si ese es nuestro "error" quizás, saber más de la cuenta...y no saber nada al mismo tiempo.

Somos dos, somos muchos...

Firmar Cuba y Argentina Convenio de Cooperación Educativa


No suelo postear links a noticias, pero esta me parece más que relevante para la comunidad cubana en Argentina.

Al parecer Argentina y Cuba firmaron ayer (22/06/07) un convenio de cooperación educativa que derivará en el reconocimiento recíproco de títulos universitarios otorgados en ambos países, informa Pagina 12.

Veremos de que manera se concreta esto y cómo beneficia esto a los cubanos que residimos en Argentina.

Click en el logo para ampliar una noticia que de por si es bastante corta.

Actualizando... Referencias en Granma, y educ.ar

Acabar de Irse

En las postrimerías de mi viaje, (y cuando entre cubanos emigrados, decimos, mi viaje, sabemos que estamos hablando de El Viaje) una costumbre recurrente era, al salir del trabajo a altas horas de la noche e ir caminando un kilómetro y medio hasta la CUJAE para coger la 190, (perdón, pero las guaguas no se toman, ni se agarran, se cogen así no más) era ir fijando momentos, decirme a mi mismo: Cuando esté afuera, recordaré este momento, este preciso instante, no necesito anotarlo porque queda grabado este momento como si fuera un momento único.

Era una pobre y triste manera de mitigar la roña causada por la impotencia causada por la burocracia, el papeleo y el trauma que implica irse de Cuba (por la vía que sea). Fueron muchos los momentos únicos, aunque reconozco que algunos más traumáticos serán imborrables.

Irse de Cuba es un proceso complejo, que depende de múltiples factores y que en ningún caso responde a ningún patrón o posibilidad de catalogar las distintas maneras de Irse; desde las vías sean marítimas o aéreas, hasta los años vividos (o no), y la familia que uno deja. Influye también el por qué, y porque no, el por cuánto. Influye la esperanza y el hastío, la desdicha y la fortuna, la suerte y el osorbo... Pero al fin, muchos (no todos) hemos conseguido tras perseverar en nuestro empeño, saltar el gran charco de agua que nos a - isla del mundo.

Y rememorando puedo recordar esos momentos grabados, la tarde cuando hice mi pasaporte, cuando fui a buscar la carta de invitación a consultoría jurídica, la indescriptible mañana en que me dieron la visa, ya con el pasaje en la mano, con fechas que se postergaron dos veces, las idas y venidas a la Oficina de Inmigración y Extranjería, la inolvidable tarde en que me dieron el Permiso de Salida, el insoportable atardecer del domingo en que me fui... Lo que no recuerdo aun es el regreso... y es que hoy me he dado cuenta, de que regresar es parte de Irse, y quizás es
ese el por qué de mi intranquilidad a veces... Y es que aun no me he ido de Cuba, aun vivo rodeado de agua con el insoportable sopor tropical a cuestas.

Y es que quizás necesite Volver, para acabar de Irme...

Hacer el amor con una mujer que llora

No, no es sadismo, pero me excita muchísimo ver llorar a una mujer; y es más, creo que disfruto mucho más hacer el amor cuando la que me acompaña esta llorando.
Pero no puede ser un llanto fingido, un llorar caprichoso o una lágrima con sangre; tiene que ser un llanto profundo, visceral, que la desgarre por dentro hasta deshidratarle la médula.
Claro, resulta un poco difícil convencer a una mujer de hacer el amor cuando siente que algo le oprime el pecho y le estruja el vientre hasta exprimirle las mejillas. Pero como todo lo bueno en este mundo, o es muy caro, o es muy difícil de encontrar.
Cuando era más joven y apenas descubría sensaciones escondidas, me masturbaba oyendo «While my guitar gentil weeps», imaginando que yo era Harrison y que mi guitarra era una mujer de piernas largas y un culo grande que me pedía sexo con sus lágrimas. Durante un tiempo esta sólo fue una de mis fantasías eróticas preferidas, bastante olvidada ya cuando la conocí.
Ella viajaba con una carga pesadísima encima, la carga de haber vivido sin apenas sentirlo, la carga del dolor y la desaprobación a sí misma; el anatema personal y confeso. Tiempo después, una noche, borracha como una uva, me dijo que había estado embarazada de mí, que se lo habían sacado por amenaza de aborto y que ella estaba segura de que había sido una niña, nuestra niña, la misma niña rubita que soñó la otra vez.
Apagó nerviosa el cigarrillo, casi se estaba fumando el filtro y el lánguido brochazo de humo se mezcló deprisa con su olor: cítrico y maduro (mandarina, creo que era mandarina).
Lloraba, su aliento era de una resaca horrible pero lloraba, yo la consolaba con mis manos que acariciaban su espalda y le agarraban las suyas. Sequé sus lágrimas con mi lengua y la besé precipitado, casi ahogando su llanto.
Su piel estaba limpia, muy limpia, trigueña. Sus ojos grandes rojos por el llanto, atentos al próximo movimiento, a la próxima caricia, atentos a mi mano que nerviosa, se mezclaba entre su pelo.
Fue su blusa lo primero, despacio, queriendo y no, explorando, sin parar de besar, sin parar de mirar. Abrirla, dejar salir el dolor, la angustia acumulada; abrazarla, sentir su pecho contra el mío, sus pezones duros, fríos y erizados; abrasar su espalda con mis manos —abrasarla, quemarla, incinerarla, consumirla con mis manos, su espalda amplia, desnuda.
Su boca en mi boca, sus labios entre mis labios y entre un río de tibia saliva que se volvía espesa y escasa. Sus lágrimas hundiéndose en mi barba. Su lengua como una serpiente en mi oído. Su cuello, bocado de mi beso; de mi beso que descendió lento hasta sus senos, que los arañó, los mordió, los retorció.
Mi mano que se hundía como un pez en su jean desabrochado, que se hundía bajo sus bragas húmedas, que se hundía irremediablemente (como habría de hundirme después yo); y la frotó y resbaló, y se hincó y resbaló, y se sumergió y resbaló mientras se oía —casi tímida— su voz, su voz rugosa, ahumada y jadeante.
Le saqué de un tirón el pantalón y las bragas, la arrojé leve sobre la cama; la besé, la mordí y de nuevo me tragué sus lágrimas. Abrí sus piernas como un libro sagrado de páginas húmedas: las olí, las leí, las devoré de principio a fin y me afiancé en el centro, entre una hoja y otra mientras caía su borrasca adolorida sobre mi espalda. Después ella encima de mí, con su entrepierna golpeándome perversamente la pelvis (mientras adivinaba su rostro entre su pelo, y sentía sus lágrimas caer sobre mi pecho).
Y adentré mi carne entre sus carnes, mi jugo entre su jugo, y quedé sembrado, fértil y seguro. Y temblaban sus piernas, y temblaron mis manos; y fuimos ella y yo en un solo temblor que no termina, que estremece aun tímido, delgado y frenético.
Sólo una vez habría de repetirse; una vez más y ella estaba sobria y más sensual aun.
Yo bebía de sus lágrimas como bebía de su amor; y por cada golpe una lágrima, por cada embestida una lágrima, y por cada anhelo una lágrima... y otra; y otra más.
Luego todo cambió. Ella lloraba por motivos futuros, por su vida, por la ruptura inminente y yo a su lado trataba de calmarla, de consolarla, de abrazarla. Pero ella no se dejaba, seguía llorando sola, llorando descarnadamente, llorando hasta secarse por dentro. Ella sabía desde entonces que me dejaría, que por mucho que deseara en ese mismo momento romper con todo y abrazarme y hacer el amor, y hacer la vida juntos, no podía, no debía.
Algún que otro momento también lloré. Lloré a su lado pensando en el fin, en mi vida sin ella; y lloré horrorizado cuando esa noche supe, que jamás volvería a hacer el amor con una mujer que llora.
Lloré de terror y de alivio.

La Habana; 2 de octubre de 2002

Notas de Viaje

No hablaré detalladamente sobre el viaje, no porque sea secreto, sino porque las vacaciones están para disfrutarlas más que para contarlas. Sólo hablaré de algunos fantasmas que me acompañaron.

En los primeros días fui al Museo del Presidio, y resultó que por esos días en el salón central del panóptico proyectaban a la noche Fresa y Chocolate. Luego caminando por la calle principal de Ushuaia encontré este curioso buzón, al que no pude evitar sacarle una foto.


Días después habría de cruzar el Estrecho de Magallanes dos veces, así que en un corto tiempo, fui y vine de la Isla, y en la Barcaza que nos cruzó (del lado Chileno) pensé en todos aquellos cruzaron con éxito el otro estrecho aquel, y en los que les costó la vida.

Al regreso a la Isla me encontré con La Bienal, de la cual sólo vi una parte (la foto abajo es de la entrada a la Bienal, y la instalación que se puede ver es de un Lada del cual sale tierra)(¿o entra la tierra?) y al regresar a Buenos Aires me entero que que no era yo el único cubano en Ushuaia por esos días. Una pena no haber podido encontrarme con Kcho, y no haber podido ver su obra. (Por cierto Kcho nació en Isla de la Juventud, que nosotros siempre cariñosamente llamamos: "La Isla" y no me imagino lo que debe ser nacer en una Isla dentro de otra Isla, como ya he dicho alguna vez)


Esto ha sido en esencia el viaje a la Isla con mi Isla a cuestas, y los fantasmas que me persiguen hasta el Fin del Mundo.

Fin del Mundo




Tras cuatro años y medio abandono el continente. La tierra firme me da náuseas y necesito, cada vez más, estar rodeado de ese bendito cáncer (¿deberé aclarar que es incurable?). No contar con la maldita circunstancia no me ha permitido, como alguna vez soñé, dormir a pierna suelta.

Tras dos años imparables por fin salgo de vacaciones, y tras un frustrado intento de un regreso anhelado, me he inventado esta Isla y me voy tras el fantasma de Popper, de Magallanes, de los presos... Me voy al Fin del Mundo.

Un teléfono que sirva

Las mujeres para mí son como un fósforo, ¿entiendes lo que te digo? No sabes si sirven hasta que las prendes; y cuando las prendes, cuando te das cuenta que sí, que se inflama, que suelta ese humito, que quema lo suficiente y correabuscaruncigarro, y no lo encuentras, ycoñodondestalapuñeteracaja, o bueno, mejorunacajanuevaquemásdadelcarajopaquitarleelnaylitoeste… ZAS! se apagó. Y ahí te quedaste, con el cigarro en la mano y con más ganas de fumar que antes Qué dura es la vida ¿verdad? Vamos a ver si este sirve.
Nada, es el tercer teléfono y nada; ni por que las tarjetas cuestan dólares en ingresan divisas que hace que aumente la plusvalía socialista y contribuye al desarrollo del país, a la educación y salud gratuita... en fin.
¿Qué? ¿Que dónde conseguí el dinero? Vendí la cámara. Sí la Canon. En ciento diez; por supuesto, cien pa´ comprarme otra y diez pa´ llamarla.

Tremendo sol, de madre la gente de la feria que tiene que estar todo el día aquí vendiendo cosas. Sí sí, sombrillitas y todo pero igual el calor es desesperante. Si yo trabajara aquí, creo que todos los días al terminar me daría un bañito en el malecón; aunque quizás no, eso de irme mojado hasta Marianao no está muy agradable que digamos. Y bueno, si yo viviera en el Vedado fuera otra historia, y también seria otro yo. El Vedado siempre me ha estado vedado.


Cuando chiquitico viví aquí, como de los dos a los tres años y pico. Luego mi padre consiguió irnos a cuidar la casa del padre de un amigo de él que estaba viejísimo. Nosotros cuidábamos al viejo y cuando el viejo muriera nos quedábamos con la casa. Y así pasó, la de casa de Marianao sí. Tremendo lío que hubo después con los papeles y todo eso, pero bueno, por suerte se resolvió. Sí, de madre. Ahí crecí, Marianao, ciudad que progresa dicen los viejos. Claro que eso era cuando Marianao era también Playa y parte de La Lisa; pero sobre todo Playa, la zona costera y los barrios buenos, Flores, Náutico, Siboney, Miramar, ahí sí la cosa progresó. En Marianao MARIANAO hicieron la carretera central por allá por los años treinta no sé ni como, porque Machado estaba loco, si no 51 seria una estrechísima y muerta callecita de barrio.


Uno viene acá al Vedado, va al Coppelia, al Yara, al malecón, G, par de socios, pero nunca perteneces aquí, siempre tienes que estar yendo y viniendo, claro que eso con un carro no sería un problema, pero a pie y en guagua... Yo la verdad preferiría un apartamento aquí en El Vedado antes que un carro. No sabes como me cambiaría la vida si parte de mi rutina diaria fuera ver el malecón. ¿El mar? No, el malecón es el que tiene la magia, el malecón es el que hace el mar por esta parte de la ciudad, todo lo demás son lindas playas y grises costas. El malecón carajo... En resumen asere, que La Habana es El Vedado y lo demás es periferia y casco histórico.


Si, ahí hay uno, pero el monumento me tapa. Es que quiero llamarla mirando al mar. Na´ compadre pa´ hacerme la idea de que la estoy viendo: yo miro al mar y me imagino que puedo atravesarlo (aunque sea con la vista) y llegar a su edificio volar hasta el piso doce y entrar por la ventana mientras ella descuelga. Sí ya sé que es cursi, vamos a seguir caminando dale.

¡No gracias no quiero taxi!

Por qué carajo se empeñan en confundirme con un turista. También hay blancos rosaditos rubios de pelo largo con espejuelos raros en este país. A veces quisiera ser negro te lo juro. Con unos drelos por la cintura y un par de gafas más negras que yo; con un taparrabos y una lanza, a ver quien carajo me iba a confundir con un gallego de nuevo. Y tal vez si fuera negro querría ser blanco en fin, que nadie está conforme con lo que le toca, aunque al final, como dice Rolando el cura (que por cierto es negro pero no viene al caso): todo el mundo prefiere sus problemas, porque por lo menos los conoce.


Yo por ejemplo, en este momento, no la cambiaria por ninguna otra mujer. Pero bueno, con las mujeres es otra historia. No no, no es machismo, quiero decir con el amor, con el amor es otra historia.


Sí, ahí en el Cupet hay uno, pero por esta parte no, por esta parte fue la discusión más fuerte que hemos tenido. Vamos a seguir.


No ella no me ha llamado desde que se fue, desde agosto, principios de agosto. Quedamos en no llamar, para ahorrar claro. Es curioso, la primera vez que se fue me llamaba todos los domingos, luego domingos alternos, esta vez hubiera tocado un domingo al mes, pero no, decidimos no llamar. Es mejor así.


Si, nos escribimos. Bueno yo le he escrito tres cartas ya, estoy esperando la respuesta, tú sabes que el correo se demora, pero ella las mías ya las recibió, sí, porque las mandé una con mi tío que vive en el norte, otra con un cura amigo mío que se fue a España a un retiro y la otra con otro socio mío que esta estudiando en Santo Domingo. Tres cartas, cada una con un poema. Alguna carta de ella debe estar al llegar, cada vez que llego al gao le pido el periódico al puro pa´ ver si llegó alguna carta, sí, tú sabes que los carteros te traen el periódico y todo lo que venga por correo, pero bueno, últimamente a mi casa por lo menos, sólo trae el periódico.


Mira otro más.


Nada, que bien se ve que esto ya es Centro Habana, le rompieron la pantallita al teléfono. Sí sí, estos teléfonos tú les jodes una mierdita y ya no sirven, yo me acuerdo los viejos, los de a medio pero de los viejos, oye esos teléfonos eran un vacilón, por mi casa había uno que no tenías que gastar un quilo pa´ llamar. Pero nada, estamos entrando en la era digital chamaco, hay que modernizarse y pagar. Como dicen por ahí: Regalado se murió en los ochenta.


Los ochenta, que clase de época, y yo me la perdí por estar comiendo mierda y ser un niño todavía, no tengo casi referentes de comparación, ¿te das cuenta? Yo supe que el muro de Berlín existía cuando me enteré que se había caído una pila de años después. Y así con todo: Angola, El Mariel, Silvio, Pablo y los grandes conciertos, Angola de nuevo, la Perestroika, la Europa Oriental cayendo como fichas de dominó, Gorvachov en Cuba firmando unos convenios y meses después firmando su renuncia como presidente de la URSS, la plaza Tiananmen...


Nada que cada uno vive su época, a mí me toco agosto del noventa y cuatro con el dólar a ciento veinte y la costa y la playa llena de balseros, mi hermano entre ellos. Lo jodido del asunto está cuando uno tiene que vivir su adolescencia en una década cuya crisis fue producto de sucesos de finales de la década anterior, o sea: cuando uno era niño y no alcanza a comprender la trascendencia de los hechos y no sabes que carajo significa trascendencia y los hechos pasan tan rápido por al lado tuyo que ni los ves; es una onda de que cuando tiendes a querer razonar un poquito no entiendes nada, no entiendes lo que esta pasando, lo asumes porque no te queda más remedio y ya. Y apenas sigues viviendo.


Deja ver este. Nada. ¡Coño que difíciles se hacen las cosas en este país chico!


Sí ella y yo hemos hablado de eso. No no, concretamente nada; además en este viaje tuvimos problemas, hablamos de eso, pero como una posibilidad más. Sí ya sé que es la única. Yo creo que ella se esta dando cuenta ya. Tal vez por eso es lo de no llamar para ahorrar. Vamos a ver, vamos a ver que pasa.


¿El verde? No muchacho no hables de eso. Me aplazaron, por la hepatitis sí, más bien porque no he terminado el tecnológico. Tú sabes que a mí la hepatitis me dio cuando yo debía empezar a hacer la tesis.


¿Que qué voy a hacer? No sé, supongo que estar casado con una extranjera tenga facilidades en cuanto a eso, a lo mejor no, no sé, tengo que averiguar bien. De todas formas está la opción de pagar la baja, pero de madre, son trescientas cabillas, de donde saco yo ese dinero; y después… ¿a quién se los pago?


Mira, el Centro Cultural de España, yo tengo el carné de la biblioteca, tienen una pila de libros buenos, tienen música, películas españolas, multimedia, `ta bueno eso, pero no tienen teléfonos de tarjeta. En fin, que aquí en Prado se acaba malecón.





Cruzaste Prado. Están haciendo un parque en la parte del muro donde más se sentaban. Por aquí no hay teléfonos, te das cuenta. Resignado cruzas Avenida del Puerto y lo ves, el último banco de la derecha. Ella esta sentada desnuda, provocadora y ardiente, toda mojada y con unas ganas soberbias de una penetración salvaje. La miras, algo te dice, te guiña un ojo y no le haces caso. Al fondo está el Bar Cabañas, el día que comieron ahí (carísimo recuerdas) ella llamó desde un teléfono. Ahí está, al lado del baño y de la mujer que se encarga de cobrar el baño, es la misma mujer pero no te recuerda, mucha gente meando día tras día piensas.


Descuelgas y miras al banco, ahí esta ella todavía, desnuda todavía. Metes la tarjeta y marcas. Timbre, no le quitas la vista al banco, a ella.


—¿Hola?


—Hola buenas noches, me hace el favor con M.


—¿M...? M se esta bañando ahora, espera un momento por favor...


La interferencia, suena como si al teléfono lo hubieran lanzado al aire y estuviera cayendo escaleras abajo, doce pisos abajo; y te fijas y ella desnuda se torna borrosa, lluviosa, indefinida. Decides colgar. Dudas en marcar de nuevo mientras lo haces. Otra vez timbre.


—Hol...


—HOLA, SOY M, EN ESTE MOMENTO NO ESTAMOS EN CASA ASI QUE PUEDES DEJAR TU MENSAJE DESPUES DE LA SEÑAL.


(BEEP)


Cuelgas, ella ya no esta más desnuda, ya no esta más en el banco; ya no esta más y tal vez nunca lo estuvo, piensas, otros diez dólares, y a seguir buscando un teléfono que sirva.

Miras algo confuso a la mujer que cobra la entrada al baño y te vas, casi contento por haber oído su voz de nuevo.



La Habana; 2 de octubre de 2002

EXPIRAMOS

Porque hay cosas que se van y ya,
ya no vuelven más.

Lucha Almada.

Tiempos lejanos que no volverán,
en que el aire era más puro, la comida más sabrosa;
todo agradable al tacto, todo distinto a nuestros ojos;
y la música más hermosa,
y nuestros corazones rebosaban de alegría,
y reímos...
Pero perdimos la risa espontánea,
la ternura cardiaca;
y la música se tornó ruido,
y nuestros ojos por gafas lentes o la vida no ven lo mismo:
y cambiaron nuestros dedos, y la comida perdió el sazón,
y el aire se contamina cada vez más...
Suspiramos,
y con oxígeno en nuestros pulmones,
sentimos que aquellos tiempos pasaron,
y la vida esta pasando,
mientras,
lentamente,
expiramos...


La Habana, adolescencia de 1996

Angustia

En estos días me ha tocado trabajar en horarios disímiles. Es una situación muy particular, ya que estamos ensayando un nuevo producto (nuestro) en un sector de una línea de producción continua (del cliente); y demanda nuestra presencia las 24 hs. Hace dos noches que me toca el turno de madrugada, de 00:00 a 08:00 hs, y la primera madrugada entre los controles y los problemas propios de la línea no tuve tiempo para nada.

Sin embargo, la otra noche, a la madrugada pude salir unos 20 minutos; a tomar aire y liberarme un poco del ruido de las máquinas. Sentado en un banco, eran cerca de las 05:00 hs y amagaba con amanecer... y caí en cuenta que en mis tiempos de madrugador incorregible... aproximadamente a esa hora, era inevitable sentir una angustia abrasiva y momentánea... casi siempre seguida de alguna que otra lágrima cobarde. En estos cuatro años, varias veces he madrugado y he visto amanecer yendo al trabajo o en alguna que otra circunstancia, pero nunca más he contado con la conciencia del que trasnocha y nunca más había sentido esa angustia lacerante.

Anoche, creo que he entendido ciertas cosas. Pero sobre todo, que la angustia no se ha ido, que sigue ahí, peligrosamente solapada; esperando poder trasnochar de nuevo a la entrada del puerto de La Habana, con el viento, el muro y la sal; esa sal del mar y de mis lágrimas. Anoche también he comprendido que definitivamente, el agua aun me rodea por todas partes; como un cáncer.

Todo por un dólar

Rompió a llover.
Línea mojada es una calle llena de dolorosas incógnitas, y la más tangible resulta demasiado evidente como para que se tenga en cuenta: la imagen del túnel tragándose todo, engañando a una leve multitud de carros que se pierde diariamente entre sus fauces, deseosa de encontrar otra realidad del otro lado, u otro tiempo. La humilde desembocadura del Almendares que no se ve, que ningún habanero reconoce más allá de los árboles, y que no es más que el fruto de esa cruel sensación de que la tierra no termina sino con el mar.
—Ernesto no puede ir. —dijo y él supo que tendría que acompañarla, pero había más. La confusión, el querer y no querer. El saber que la estaría acompañando a facilitar las cosas para su huída, o lo que intuye será muy probablemente lo mismo: el fin.
—Pero vamos en guagua, nos queda poco dinero. —dijo él y salieron juntos.
Más allá del separador con sus torres de luz el edificio, y en alguno de sus pisos, el apartamento que lo hace memorable y en el que alguna vez pudieron compartir casi la vida. La propuesta se desvaneció entre la lluvia, un año de espera y el negocio medio turbio del dueño quien desistió de alquilarlo y lo vendió. El compartir casi la vida también se diluía; también por la lluvia y el año y la falta de dinero. Al final pocos detalles nos diferencian de las propiedades inmobiliarias.
—¡Cien dólares, cien dólares me cuesta adelantar el pasaje joder! —dijo ella mientras salía resignada.
Suerte que el malecón y el mar calmaron los ánimos, e intentaron con la brisa y la puesta —alusión demasiado directa— hacer parecer esta tarde a la primera. Pero no hubo beso. Tan sólo un modestamente tierno cuidado no te caigas cuando se sentaron en el muro a la altura de la calle 12.
«Cuando el hambre entra por la puerta el amor sale por la ventana» palabras sabias repetidas hasta el hartazgo; y huecas. Nunca hicieron nada para evitarlo, nada más que decirse el uno al otro que no podía pasarles; más allá de gastar en cada viaje hasta la última peseta y al regreso comenzar todo de nuevo; más allá de exigirse ante cada ausencia otro encuentro entre planes de posteridad que se iban postergando, cada vez más y más y más, sin concreción.
Estaba en manos de ella la decisión, el aceptar o no una propuesta que él no se animaba a proponer por parecerle indigna. Salir de Cuba por una mujer diez años mayor, es en estos tiempos, comida fácil para escépticos de lengua larga y ceño fruncido; así que prefirió los planes surrealistas de esa gallega caprichosa a la que amaba. La utopía y el sueño de vivir en Cuba le parecía más digno e incluso, cuando estaba a su lado, posible. Pero nunca imaginó que esta posición le caería encima vuelta en su contra, y mucho menos de que despertara sospechas deshonestas de querer una vida fácil más que a ella; en Cuba pero fácil. Y es que a veces, cuando el hambre parece asomar por la puerta, uno, inconsciente, se inventa motivos por los cuales el amor esta condenado a salir despedido por la ventana.
—Bueno, vamos. —se dijeron y torcieron rumbo al edificio de la calle Línea, donde además, vivía un amigo de ella que no estaba y se quedaron abajo esperando su llegada.
Nunca en su vida pensó enamorarse de un rubio, ya lo había dicho alguna vez pero esta vez lo repitió con un rictus de pasado distante que él no pudo o no quiso advertir.
—Y tú, ¿cómo es la mujer de tus sueños? —le preguntó sorprendida de no haberlo preguntado antes.
—No sé —dijo él —nunca me he imaginado a la mujer ideal, ni siquiera tengo preferencias físicas.
—Me alegra saber que piensas así ahora, —Interpuso ella —tiempo atrás hubieras dicho que la mujer de tus sueños era como yo.
—Lo sé, pero a veces las cosas cuando se repiten demasiado se vuelven inverosímiles. —Sentenció él y calló. Ella sostuvo el silencio y una vez más, reprimió sus ganas de besarlo.
Ella estaba contenta, por momentos tenía flashazos de que todo iba a funcionar y de que podía controlar la dosis de pesimismo que iba constantemente creciendo adentro suyo.
—Toma, regresamos en carro —dijo sonriendo mientras le daba un billete verde que él guardó en su short de mezclilla intencionalmente desflecado.
Entonces rompió a llover; y entre besos cortos y abrazos debajo de la parada esperaban que apareciera un carro. Hasta que decidió sacar el billete de su bolsillo que ignoraba agujereado y no lo encontró.
Ella se molestó demasiado, le dijo que no tenía responsabilidad, que era sólo un niño inmaduro que todavía estudiaba y que nunca había sudado el dinero que gastaba, que las cosas así no van, que ahora se iban en guagua porque ella no iba a cambiar los cinco dólares ahora que le quedaba tan poco dinero, que ni siquiera había podido adelantar el pasaje para regresarse a España, y que tenía que aprender.
El no habló, entre la lluvia caída en su rostro se camuflajeaba una lágrima que adquiría el sabor del mar en la desembocadura del Almendares; tenía la vista enajenada y fija entre el túnel y el edificio, en el camino donde se le habría salido del bolsillo roto (entre mezcladas) sus ilusiones de reconciliación, y el maldito Washington.
Del otro lado del separador, entre el edificio y el túnel, ahora estoy después de mucho tiempo, recogiendo de la acera mojada un dólar caprichoso, sonriendo estupefacto y recordando, mientras la lluvia una vez más me empaña la vista y disimula mis lágrimas.


Buenos Aires; 31 de mayo de 2003