Todo por un dólar

Rompió a llover.
Línea mojada es una calle llena de dolorosas incógnitas, y la más tangible resulta demasiado evidente como para que se tenga en cuenta: la imagen del túnel tragándose todo, engañando a una leve multitud de carros que se pierde diariamente entre sus fauces, deseosa de encontrar otra realidad del otro lado, u otro tiempo. La humilde desembocadura del Almendares que no se ve, que ningún habanero reconoce más allá de los árboles, y que no es más que el fruto de esa cruel sensación de que la tierra no termina sino con el mar.
—Ernesto no puede ir. —dijo y él supo que tendría que acompañarla, pero había más. La confusión, el querer y no querer. El saber que la estaría acompañando a facilitar las cosas para su huída, o lo que intuye será muy probablemente lo mismo: el fin.
—Pero vamos en guagua, nos queda poco dinero. —dijo él y salieron juntos.
Más allá del separador con sus torres de luz el edificio, y en alguno de sus pisos, el apartamento que lo hace memorable y en el que alguna vez pudieron compartir casi la vida. La propuesta se desvaneció entre la lluvia, un año de espera y el negocio medio turbio del dueño quien desistió de alquilarlo y lo vendió. El compartir casi la vida también se diluía; también por la lluvia y el año y la falta de dinero. Al final pocos detalles nos diferencian de las propiedades inmobiliarias.
—¡Cien dólares, cien dólares me cuesta adelantar el pasaje joder! —dijo ella mientras salía resignada.
Suerte que el malecón y el mar calmaron los ánimos, e intentaron con la brisa y la puesta —alusión demasiado directa— hacer parecer esta tarde a la primera. Pero no hubo beso. Tan sólo un modestamente tierno cuidado no te caigas cuando se sentaron en el muro a la altura de la calle 12.
«Cuando el hambre entra por la puerta el amor sale por la ventana» palabras sabias repetidas hasta el hartazgo; y huecas. Nunca hicieron nada para evitarlo, nada más que decirse el uno al otro que no podía pasarles; más allá de gastar en cada viaje hasta la última peseta y al regreso comenzar todo de nuevo; más allá de exigirse ante cada ausencia otro encuentro entre planes de posteridad que se iban postergando, cada vez más y más y más, sin concreción.
Estaba en manos de ella la decisión, el aceptar o no una propuesta que él no se animaba a proponer por parecerle indigna. Salir de Cuba por una mujer diez años mayor, es en estos tiempos, comida fácil para escépticos de lengua larga y ceño fruncido; así que prefirió los planes surrealistas de esa gallega caprichosa a la que amaba. La utopía y el sueño de vivir en Cuba le parecía más digno e incluso, cuando estaba a su lado, posible. Pero nunca imaginó que esta posición le caería encima vuelta en su contra, y mucho menos de que despertara sospechas deshonestas de querer una vida fácil más que a ella; en Cuba pero fácil. Y es que a veces, cuando el hambre parece asomar por la puerta, uno, inconsciente, se inventa motivos por los cuales el amor esta condenado a salir despedido por la ventana.
—Bueno, vamos. —se dijeron y torcieron rumbo al edificio de la calle Línea, donde además, vivía un amigo de ella que no estaba y se quedaron abajo esperando su llegada.
Nunca en su vida pensó enamorarse de un rubio, ya lo había dicho alguna vez pero esta vez lo repitió con un rictus de pasado distante que él no pudo o no quiso advertir.
—Y tú, ¿cómo es la mujer de tus sueños? —le preguntó sorprendida de no haberlo preguntado antes.
—No sé —dijo él —nunca me he imaginado a la mujer ideal, ni siquiera tengo preferencias físicas.
—Me alegra saber que piensas así ahora, —Interpuso ella —tiempo atrás hubieras dicho que la mujer de tus sueños era como yo.
—Lo sé, pero a veces las cosas cuando se repiten demasiado se vuelven inverosímiles. —Sentenció él y calló. Ella sostuvo el silencio y una vez más, reprimió sus ganas de besarlo.
Ella estaba contenta, por momentos tenía flashazos de que todo iba a funcionar y de que podía controlar la dosis de pesimismo que iba constantemente creciendo adentro suyo.
—Toma, regresamos en carro —dijo sonriendo mientras le daba un billete verde que él guardó en su short de mezclilla intencionalmente desflecado.
Entonces rompió a llover; y entre besos cortos y abrazos debajo de la parada esperaban que apareciera un carro. Hasta que decidió sacar el billete de su bolsillo que ignoraba agujereado y no lo encontró.
Ella se molestó demasiado, le dijo que no tenía responsabilidad, que era sólo un niño inmaduro que todavía estudiaba y que nunca había sudado el dinero que gastaba, que las cosas así no van, que ahora se iban en guagua porque ella no iba a cambiar los cinco dólares ahora que le quedaba tan poco dinero, que ni siquiera había podido adelantar el pasaje para regresarse a España, y que tenía que aprender.
El no habló, entre la lluvia caída en su rostro se camuflajeaba una lágrima que adquiría el sabor del mar en la desembocadura del Almendares; tenía la vista enajenada y fija entre el túnel y el edificio, en el camino donde se le habría salido del bolsillo roto (entre mezcladas) sus ilusiones de reconciliación, y el maldito Washington.
Del otro lado del separador, entre el edificio y el túnel, ahora estoy después de mucho tiempo, recogiendo de la acera mojada un dólar caprichoso, sonriendo estupefacto y recordando, mientras la lluvia una vez más me empaña la vista y disimula mis lágrimas.


Buenos Aires; 31 de mayo de 2003

5 comentarios:

Ligia Elena dijo...

Uy, que fuertes tus historias. Yo tambien tengo tejado de vidrio como dijo alguien por ahi. Ahora, despues de 10 años durmiendo en una cama muy grande y acompañada, he vuelto a dormir sola y en un Pin pan pun. Si, porque aqui le dicen futon y tiene lindo diseño, pero a la hora de acostarse sola o con Cortazar, o Calvino, que alivian pero no salvan, PIN PAN PUN y a pensar positivo que mas palante hay pueblo y tosa esa sicoterapia cubana, que no me resulta. Ay, como me gustaria tener un mosquitero!!!!

Anónimo dijo...

gracias por el fuego. un abrazo.

Anónimo dijo...

Muy sentido, hummm!!!
La verdad es que me encanta leerte.

Cronopio Urbano dijo...

Muy emocionante, parece como si estuviera allí. Realmente está muy cargado de emotividad

Anónimo dijo...

es por estas historias que no puedo perdonar; ojala que la lluvia te limpie de tristezas y que en medio de la tempestad te salga un sol grande dentro del pecho.