En estos días me ha tocado trabajar en horarios disímiles. Es una situación muy particular, ya que estamos ensayando un nuevo producto (nuestro) en un sector de una línea de producción continua (del cliente); y demanda nuestra presencia las 24 hs. Hace dos noches que me toca el turno de madrugada, de 00:00 a 08:00 hs, y la primera madrugada entre los controles y los problemas propios de la línea no tuve tiempo para nada.
Sin embargo, la otra noche, a la madrugada pude salir unos 20 minutos; a tomar aire y liberarme un poco del ruido de las máquinas. Sentado en un banco, eran cerca de las 05:00 hs y amagaba con amanecer... y caí en cuenta que en mis tiempos de madrugador incorregible... aproximadamente a esa hora, era inevitable sentir una angustia abrasiva y momentánea... casi siempre seguida de alguna que otra lágrima cobarde. En estos cuatro años, varias veces he madrugado y he visto amanecer yendo al trabajo o en alguna que otra circunstancia, pero nunca más he contado con la conciencia del que trasnocha y nunca más había sentido esa angustia lacerante.
Anoche, creo que he entendido ciertas cosas. Pero sobre todo, que la angustia no se ha ido, que sigue ahí, peligrosamente solapada; esperando poder trasnochar de nuevo a la entrada del puerto de La Habana, con el viento, el muro y la sal; esa sal del mar y de mis lágrimas. Anoche también he comprendido que definitivamente, el agua aun me rodea por todas partes; como un cáncer.
Sin embargo, la otra noche, a la madrugada pude salir unos 20 minutos; a tomar aire y liberarme un poco del ruido de las máquinas. Sentado en un banco, eran cerca de las 05:00 hs y amagaba con amanecer... y caí en cuenta que en mis tiempos de madrugador incorregible... aproximadamente a esa hora, era inevitable sentir una angustia abrasiva y momentánea... casi siempre seguida de alguna que otra lágrima cobarde. En estos cuatro años, varias veces he madrugado y he visto amanecer yendo al trabajo o en alguna que otra circunstancia, pero nunca más he contado con la conciencia del que trasnocha y nunca más había sentido esa angustia lacerante.
Anoche, creo que he entendido ciertas cosas. Pero sobre todo, que la angustia no se ha ido, que sigue ahí, peligrosamente solapada; esperando poder trasnochar de nuevo a la entrada del puerto de La Habana, con el viento, el muro y la sal; esa sal del mar y de mis lágrimas. Anoche también he comprendido que definitivamente, el agua aun me rodea por todas partes; como un cáncer.