Irse

A los que me esperan:

Sentí que el avión aterrizó de manera extraña. No estaba dormido pero me desperté raro. Hubiera jurado que me había tocado ventanilla, ala derecha no fumador, y sin embargo el pasillo y un gordo sentado al medio eran mis compañeros de viaje. Una vez más no pude ver Cuba desde el cielo. Lo más sospechoso de este regreso es que no me sorprende.

Quizás fue por cábala, modorra, o alguna decisión extravagante de mi parte, pero en un momento me vi caminando de espaldas, sin tropiezos y sin la mirada puntual de ninguno de los alrededores. La azafata en la puerta me dio la bienvenida y la perdí de vista mientras salía por el cilindro articulable que me daría entrada al aeropuerto. Verifiqué vuelo sin asombro e hice una extraña cola para sentarme. Finalmente no se si advertí el despropósito, pero cuando no hubo nadie detrás de mi, pude descansar en uno de los tantos asientos vacíos de la sala de espera, que en un rato largo se lleno de gente que intuyo descendía del avión.

Había mucho humo en la sala, diez horas sin fumar en mi ritmo habitual eran demasiadas, así que recogí un cabo aun prendido en el cenicero y me dispuse a aspirar el humo circundante y devolverlo en el endeble cabo, que lentamente iba tomando forma, hasta que lo apagué con mi fosforera y lo guardé.

Dos horas de nervios necesarios y decidí salir. Me revisaron el equipaje de mano y pasé al control migratorio.

-Buen Viaje. -Me recibió la oficial de verdeolivo junto a un gesto con la mano por el que supuse me pedía el pasaporte.

-Si -le contesté y sin sorpresa, tecleando, y comprobando mi foto con mi rostro me preguntó: -¿Primera vez?

-¡Buenas Tardes! -Le contesté a su despedida, pagué el impuesto aeroportuario e inmediatamente fui a buscar el resto del equipaje. Otro un chequeo medio raro en el que le añadieron una página a mi pasaje y me devolvieron la maleta; y otra cola inmensa, nunca supe si para sentarse, para ir al baño, comprar una cerveza o simplemente irse.

Cuando al fin salí, un taxista que no se si me esperaba dio marcha atrás, me deseó buen viaje y me puso el equipaje en el maletero. Antes de arrancar le pagué el dinero justo y sin decirle nada me llevó camino a la casa.

Y vi justo los últimos reflejos que tenía de Cuba. La imagen del aeropuerto nuevo, la moderna autopista, los carros con chapa TUR y los taxis amarillos. Luego, o antes, una hilera de palmas que me encandiló la vista, que se perdía y nacía en el horizonte y me hacía creer una vez más que el infinito y el tiempo son una sola rueda interminable. Como la rotonda que pasaríamos o ya habíamos pasado. Y Cuba, Cuba es el centro casi invisible de la rueda

Luego, o antes la entrada al barrio, las lágrimas que se escurrían bien adentro de mis ojos y que me había jurado no vería nadie. Y nadie las vio. El taxi terminó de dar marcha atrás y estacionó bajo la mirada de mis padres y tres grandes amigos.

Me recibieron con tristeza. Mi madre aguantó el llanto con las manos y mi padre lo llevó por dentro. Una foto que aun no he visto y en la que no tuve el tino de incluirlos a todos registra el aciago día.

Aquella mañana la pasé muy nervioso, pero con los años, dejé de pensar en ella.

Buenos Aires, 16 de septiembre de 2003

5 comentarios:

Lafuente dijo...

Me cuadra, ese contar en marcha atrás, como aquella película "Memento". pero aquí es símbolo: el regreso no es más que la ida, en reverso.

Yvette dijo...

si, tiene algo raro... pero igual me gusta, es triste.

Anónimo dijo...

suspiro................

Anónimo dijo...

He leido esto mas de diez veces y no deja de ponerme nervioso

Sandro dijo...

Sinceramente hermoso. He descubierto este blog por casualidad y me gusta.